Hervé Guibert es autor de una obra fascinante, poco difundida en Hispanoamérica, compuesta por 15 novelas, ensayos y algunos libros de fotografía. Hasta hace poco sus únicos textos traducidos al español eran: “Al amigo que no me salvó la vida” y “Los perros, seguido de las aventuras singulares”. Hoy, la editorial madrileña Cabaret Voltaire honra su legado al publicar “Mis padres”, novela lúcida e impúdica, llena de confesiones incómodas, crudas y carnales, en las que el escritor y fotógrafo francés atrapa a los lectores disfrazando su autobiografía de ficción.
Como en un álbum fotográfico éste relato se desarrolla por instantáneas: el ritual de irse a la cama, el agua de colonia barata que le echan en la peluquería, las estampas de los reyes de Francia que regalan con la mantequilla, las vacaciones en el mar, el descubrimiento de la sexualidad, la fascinación por el actor Terence Stamp, los celos del padre y la enfermedad de la madre.
“Al escribir ‘Mis Padres’ lo hice con las manos en los bolsillos. Me tomó 10 años poder hacerlo, pero una vez decidido, y que la tía abuela Suzanne me dio la oportunidad, fue el mejor pretexto para terminarlo rápido”, expresó Guibert en 1986, cuando Ediciones Gallimard presentó por primera vez esta obra cuya dedicatoria se dirige “A nadie”.
El volumen está plagado de interrogantes: ¿Por qué la tía Louise saquea el departamento de su hermana Suzanne? ¿Cómo es que al mismo tiempo el padre tuvo que salir de Niza, abandonando el consultorio de un veterinario, un velero, un Ford verde, una novia y dos caballos, para encontrarse en París sin un cambio de calcetines? ¿Por qué los padres del pequeño Hervé utilizan chantajes para extorsionar a la familia? ¿No hay nada peor en el mundo para los padres que tener un hijo sincero?
En “Mis padres” las imágenes de la infancia, llenas de nostalgia, dan paso al hastío y al rencor, pero bajo un velo de pudor se adivina una ternura no confesada, traicionada por la indiferencia y la ingratitud. Aquí, los párrafos son cortos, precisos, y se nutren con extractos de un diario en el que los afectos quedan reducidos a la crueldad de las palabras.
Modelo vigente
El 14 de diciembre de 1991, día de su cumpleaños, debilitado por el sida que lo devora, Hervé Guibert piensa poner fin a sus días absorbiendo la digitalina que guarda tras el descubrimiento de su seropositividad. La tentativa falla y muere días más tarde, el 27 de diciembre para ser precisos, en la habitación de un hospital. Unánime, la prensa lamenta la pérdida del talentoso novelista de apenas 36 años.
Sus aportes a la literatura, a la fotografía, al conocimiento del sida y del colectivo gay dividen: Por un lado, se ovaciona al escritor que emocionó y transformó una vida; del otro, se critica su romanticismo mórbido, contradictorio con la necesidad política de una lucha colectiva.
Su piel de literato homosexual, pomposo e impúdico, sedujo principalmente a los lectores de mayor edad. El fallo narcisista, su gusto por una homosexualidad tentada por la culpabilidad, su atracción por la oscuridad más que por la luminosidad, así como su malestar palpable con el sida y el distanciamiento que tuvo con el movimiento gay, fueron, en su momento, incomprendidos por el gran público. Una nueva generación de artistas franceses reivindica su obra. Dos de ellos, el fotógrafo Sébastien Paul Lucien y el escritor Lilian Auzaz hablan sobre éste autor en Zona Diversa.
Sébastien Paul Lucien
Hervé Guibert apareció en la escena literaria a finales de los ochenta con su perfil de ángel finamente cortado y su escritura afilada como un bisturí. El cuerpo que desea y sufre, la exploración de lo íntimo y la fascinación por la destrucción ya estaban inscritos en su obra como obsesiones personales incluso antes de su experiencia con el sida. Su huella artística está en la continuidad de la obra de Foucault, de la que estuvo muy cerca, y a la que ofrece una extensión literaria, anunciando el éxito de la autoficción a la manera de Annie Ernaux o Edouard Louis. Sus escritos son testimoniales, los de quien vive en carne propia los males de su siglo como “mártir” que no deja de creer en la resurrección a través del lenguaje. Guibert desarrolla su poética y estética en torno a las figuras de Eros y Tánatos. Su obra fotográfica, menos conocida pero igualmente importante, explora este gusto radical por la transparencia y la miseria, el desvelamiento del secreto y la exhibición de lo orgánico. Su figura es la de un escritor de culto y sacrificio, un gran esteta con gracia funeraria que, como Pasolini o Mishima, vacila entre la maldición y la santidad.
Lilian Auzas
"¡Para mí, Hervé Guibert realmente aportó algo a la literatura francesa al afirmarse como un maestro de lo que se llama autoficción! Creo que fue leyendo los Ensayos de Montaigne que comprendió lo qué significaba la expresión "desnudarse", y me parece sabrosa esta anécdota. Sí, Hervé Guibert se desnudó, sondeó su alma y, por extensión, el alma humana como nadie más. No estaba buscando la verdad, sino la veracidad. Su experiencia y su vida sólo fueron pretextos para pintar un retrato o incluso una franca sismografía de nuestra sociedad y sus defectos”.
LAT