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Zona diversa

Sergei Eisenstein y Roberto Montenegro: una amistad creativa

Omar Gómez

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A finales de 1930, Sergei Eisenstein: el más avanzado exponente de la vanguardia cinematográfica soviética, gracias a lo cual algunos sectores de la crítica internacional lo consideraban “el mejor director de cine en el mundo”, llegó a territorio mexicano. Vino con la intención de hacer una película sobre el país, de cuyo pueblo y de cuyo arte estaba enamorado.

La cinta tenía por objetivo mostrar al mundo las maravillas de esta tierra que, desde su perspectiva, era “romántica y misteriosa”. Para desarrollar el proyecto, el autor de las aclamadas “Octubre”, “La Huelga” y “El acorazado Potemkin” se puso en contacto con varios artistas mexicanos, entre ellos el pintor tapatío Roberto Montenegro, quien a la postre se convirtió en su principal asesor estético durante su estancia en México.

Al igual que Eisenstein, Montenegro era un talentoso creador homosexual, aunque a diferencia de él, incomprendido, porque sus obsesiones estéticas se enfocaban en intereses que no correspondían con el fervor revolucionario de su época. Aunado a ello, la obra de éste artista plástico estaba plagada de influencias en su momento vanguardistas, que iban del simbolismo, al art nouveau, al art decó y al cubismo, donde con maestría incrustaba elementos folclóricos, fantásticos y hasta homoeróticos, que, curiosamente, también forman parte del largometraje ruso.

Juntos viajaron rumbo a la costa de Colima en los primeros días de octubre de 1931 para hacer algunas tomas de ambiente tropical que al parecer iban a anteceder y completar la historia filmada en Tehuantepec, o quizá iban a integrar un pasaje más o menos autónomo pero integrado a la "organicidad" de la película mexicana.

Hospedados en un hotel propiedad de la familia Santa Cruz, permanecieron en la región de Cuyutlán y sus alrededores por espacio de dos semanas, lo cual fue aprovechado por el sagaz periodista y poeta Agustín Santa Cruz, quien escribió un reportaje-testimonio publicado el 15 de octubre de 1931, en el que puede leerse:

“El gran ruso está frente de mí. Don Roberto Montenegro, pintor mexicano, simpatiquísimo conversador y gran amigo me presenta con él. He vivido diez días, al margen de sus actividades, a veces, en otras ocasiones como ayudante, voluntario y encantado, he visto el desarrollo de la parte que aquí ha venido a hacer de su película. He tenido oportunidad de apreciar su técnica, su seguridad para escoger tipos, y el magnífico ojo para escoger los escenarios”.

Sin embargo, la producción estuvo marcada por diversas dificultades y finalmente fue abandonada. Algunos la llamaron “el plan fílmico más grande y la mayor tragedia personal de Eisenstein”. Fracasado, el cineasta regresó a Rusia pero dejó en nuestro país una importante secuela de ecos e influencias, no sólo en el cine mexicano sino en otras manifestaciones artísticas, entre ellas los bellos retratos que le dedicó su amigo Roberto Montenegro.


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