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Clásicos instantáneos

De nuevo Dylan hace de las suyas

Enrique Blanc

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Dos de las publicaciones anglosajonas especializadas en música, las inglesas Uncut y Mojo —a mi entender las que de mejor manera ejercen el oficio del periodismo musical en ese contexto— han coincidido con la postulación de Rough and Rowdy Ways de Bob Dylan como el mejor disco de este tétrico 2020 a está a punto de que caiga su cortina.

Si bien el disco de este trovador por demás conocido recurre musicalmente a sonidos que resultan clásicos en el rock, y el blues, su expedición lírica resulta por demás vigente, desmenuzando el siglo por el que ha transitado con oídos abiertos y una imaginación indómita que lo ha llevado a escribir letras como muy pocos en la canción popular. Valga recordar que es en éste donde aparece “Murder Must Foul” —el tema que Dylan lanzó como primer sencillo—, la canción más larga de su vasta producción y quizás su más ambiciosa literariamente. Un atrevimiento más de este cantautor que nos prueba su intrepidez de nuevo, tal como lo ha hecho en tantas ocasiones previas, ahora a sus casi 80 años.

“Desde sus tracks de apertura, “I Contain Multitudes” y “False Prophet”, Rough and Rowdy Ways puede leerse como la verdadera aceptación de Dylan de su enorme estatus mítico”, escribe Mojo. “Es el sonido de un hombre finalmente en paz con su identidad construida.”

Mucho de esta personalidad finalmente asumida, que de hecho simbolizan los versos de “I Contain Multitudes”, en los que Dylan refiere a las incontables personalidades que ha asumido a favor de una obra que es también diversa en su musicalidad, así como en su aproximación a distintos estilos, tiene que ver con aquella entrevista de 1975 en la que él recriminó a su responsable de que las preguntas que hacía eran para un motociclista de nombre Bobby Zimmerman, fallecido en un accidente de motocicleta en 1964. Es decir, que se asumía ya como otra persona. “Así que cuando hagas tus preguntas, las harás a una persona que no existe más”, esclareció Dylan en esa misma charla.

Y es que el autor de “Like A Rolling Stone” no exagera. ¿A cuantos Dylan hemos visto transfigurarse, mutar en otro personaje que entierra al que lo precedía? Al menos está el Dylan folk, amigo de Peter Seeger y pareja de Joan Báez, que luego cambió de piel para asumirse en esa especie de beatnik con guitarra eléctrica, gafas oscuras y una banda de rock (The Band) a sus espaldas. O bien, aquel más de aire bucólico, cercano a Johnny Cash de Nashville Skyline que de nuevo mutaría en el comandante de la Rolling Thunder Review, esa gira teatral que asumió con el rostro pintado de blanco, cantado sobre todo las canciones de Desire, y en la que incursionó en el cine con esa cinta experimental de nombre Renaldo & Clara. En fin, el maltrecho y adolorido de Blood On The Tracks, el reconvertido al cristianismo de Slow Train Coming o el de aire más bluesero de Tempest.

Un personaje que, como apunta Mojo, quizás está preparándose no tanto para su muerte sino para su inmortalidad; cantando ahora con mucha mayor dicción y claridad en su voz, con el propósito de que su mensaje sea mayormente comprendido. Alguien que finalmente, con humildad y generosidad, ha asumido sin reservas su misión sobre la tierra, en la recta final de una vida increíble y afortunadamente prolífica e inspiradora.


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