Joropo, el término que define ese estilo musical viene a mí, rampante y determinado, a recordarme una música que surgió en los valles colombo-venezolanos y a la que llegué de manera genuina a través de algunas charlas con el Cholo Valderrama. La razón detrás de ello es mi acercamiento a Desde el fondo (2020), el segundo álbum del proyecto El Cuatro, del que supe por recomendación de mi colega y amigo Betto Arcos, periodista jarocho radicado en Los Ángeles.
Se trata de una versión muy contemporánea de dicho género, en la que el cuatro, esa especie de guitarra pequeña de cristalina sonoridad, lleva un rol protagónico. Escúchese (bien fuerte) la canción que bautiza a este manojo de nueve canciones, donde el arpa y las maracas, los otros dos ingredientes obligados de dicho estilo, no podría decirse que sean elementos secundarios sino todo lo contrario. Una propuesta que demuestra cómo esa música puede reinventarse acercándola a otros géneros, en su caso al rock.
Pero volvamos al Cholo, a quien acompañe a algunas entrevistas con medios, en los días en que estuvo invitado a tocar en el marco de una FIL donde Colombia era invitado de honor. Allí, en los tiempos muertos, me habló de esa música que mucho debe a los corridos de caballos mexicanos, a las canciones de Antonio Aguilar, uno de sus temas de origen más recurrentes, que pude percibir en Bordón libre, su disco de 2007, en letras como “Patrón véndame el caballo” o “El alazán y el lebruno”.
Y es que, como sucede en ciertas variantes del son jarocho —con el que tiene una evidente cercanía tímbrica—, aquellas que incorporan arpa además de la jarana, hay un amarre de cuerdas que le dan al joropo una coloración única, bien sea en su aproximación más clásica, como la que entrega Cholo, que en las más contemporáneas como las de El Cuatro, o ese otro proyecto que también privilegia la fusión, Chimó Psicodélico.
Lo primero que escuchamos en Desde el fondo, es el bombo de una batería y eso ya nos arroja otro concepto de la apropiación que El Cuatro tiene hacia el joropo. En “Desarmar” también suenan guitarras eléctricas, reinventando la sonoridad de esa música, engrasándola de rock y dándole una nueva personalidad más contemporánea y urbana a la vez. Ya no es el campo, el rancho ganadero, la inspiración de su trabajo sino la urbe que desborda sus fronteras insaciable. Hay aquí invitados de la talla de Juan Galeano (Diamante Eléctrico) en “”El vuelo” y Rafa Pino (El Tuyero Ilustrado) en “Malas mañas”, que refrendan la querencia que El Cuatro tiene hacia la música que se fermenta tanto en calles de Bogotá como de Caracas.
Y si he mencionado líneas atrás a Chimó Psicodélico, es que merece estar también en esta entrega —de la que con seguridad muchos otros quedan fuera—. De igual manera colombianos, lo suyo es también una fusión entre joropo y rock que no favorece a ninguna de las partes. Su álbum Alcaraván (2016) es un derroche instrumental en el que dos mundos musicales colapsan y despiden chispas de distintas formas, en unas más cercanas al joropo como en la alegre “Señorita: y en otras más hacia el rock, como en la dramática “Asesino”. Un ejemplo más del aire actual que este híbrido ofrece.
Sólo para ejemplificar hasta donde llega hoy el joropo, valga hacer referencia a los venezolanos Campesinos Rap, quienes, desde su esquina anudan ese estilo con hip hop. En su álbum Tiempos de prosas emancipadas (2016) —donde se acompañan de Gilmary Caña—, el dúo de raperos hace rimas que hablan lo mismo de la experiencia campirana que de la vida en la gran ciudad. Ejemplo de ello es “Elorza, llano y poesía”, en la que sus rimas rezan: Yo vivo en la capital / folclórica de Venezuela / más criolla que una secuela / en carretes de caporal. Elorza es un manantial de sentimiento llanero / Por eso tanto la quiero de forma incondicional.
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