Lo primerísimo que genera revisar los créditos de El madrileño, el nuevo álbum del trapero español C. Tangana, es que la alineación de sus colaboradores parece hecha por Guardiola. Es decir, que si la imagináramos como un equipo de futbol, se parece al Manchester City: uno armado con los mejores jugadores del mundo —en este caso el mundo musical iberoamericano— en cada una de sus líneas. Podría enlistarlos a continuación para dejar en claro el lujo que es este álbum en el papel, pero mejor hablemos de cada uno, desmenuzando lo que aportan estos 14 tracks que, seguramente, está marcando un antes y después en lo que hasta hoy entendíamos como Urbano latino.
De C. Tangana hay que decir que es uno de los exponentes del trap menos ortodoxos, alguien a quien puede asociarse con nombres como Yung Beef y Maka. En lo suyo, con todo y acatar los cánones del género (y darles vuelta desde su propia inventiva), también hay una búsqueda de identidad ligada al sabor de la calle, así como un impulso por querer apartarse de la norma, del montón de figuras hoy trepadas al tranvía del estilo dominante y más redituable de la música latina en el orbe.
En un afán por no negar la cruz de su parroquia, El madrileño planta sus señas de pertenencia desde su primer track. “Demasiadas mujeres” es un corte al uso del trap convencional, en el que hay letras de lenguaje directo sin guiños poéticos, beats binarios y machacones, gráficas alusiones sexuales y el desplante verbal de quien se obsesiona con los temas del amor y el deseo carnal. No obstante su aire taurino, su recurrencia al pasodoble, da visos de que entramos a un universo que procura aportar novedad.
“Tú me dejaste de querer” plantea ese punto medio entre trap y sonido flamenco (voces de acento andaluz, palmitas, etc.), la tendencia dominante del álbum, conservando en momentos la hoy ubicua voz untada de autotune, uno de los rasgos iterativos y previsibles del Urbano latino. Pero es “Comerte entera” donde comienzan las sorpresas: su aire de bossa y la participación de Toquinho replantean las reglas del género, evidenciando de paso que éste es un trabajo diseñado quirúrgicamente para internacionalizar a su autor de una vez por todas. “Nunca estoy”, parafrasea versos de aquella “Como quieres que te quiera” de Rosario, a la par de líneas de “Corazón partío” de Alejandro Sanz, homenajeando a quienes han acercado pop y sonoridad flamenca con éxito.
“Nominao” cuenta con la participación de Jorge Drexler, una pieza cuya letra dibuja una melodía circular, anclada en versos cortos un tanto forzados, en la que ambos, el uruguayo y el español, se van alternando, arropados por un acompañamiento musicalmente poco interesante. Más afortunada, “Un veneno”, con la compañía de José Feliciano y El Niño de Elche —vaya impensada combinación— se tira hacia la rumba y, pese a que sus recursos son también escasos —la guitarra flamenca como hilo conductor—, se perciben más aceitados y confeccionan una canción con más contrastes. Lograda resulta asimismo “Muriendo de envidia”, con la colaboración de Eliades Ochoa (sonando muy a lo Peret); otra apropiación de la rumba que, en su parte final, se desvía e ingresa en territorio netamente salsero. “Cambia!”, por su parte, pisa de lleno en el regional mexicano, y para ello recurre a la presencia del “norteño” Adriel Favela, demostrando que El madrileño es un disco que pretende dialogar con distintos estilos.
Quizás los mejores tracks estén al hacia el final —al menos mis predilectos—: “Los tontos” cuenta con el gran Kiko Veneno, cuya presencia revalida el ámbito musical, la rumba, donde el autor de “Lobo López” es maestro. Aquí, C. Tangana se adapta a una canción en la que Veneno se percibe muy a gusto, explayándose en total libertad, ofreciendo lo mejor que tiene. Y ”Hong Kong”, con la participación de Calamaro, es una ocurrente, divertida y maliciosa balada de rock cuyo coro repite: Tengo una flor en el culo / Y una geisha en Japón / Tus banderillas en el corazón…
Tal vez a El madrileño se le reclame cierta ligereza al acercarse al flamenco, y la simpleza lírica que marca algunos momentos, pero hay genialidad en su concepción y exhibe la valentía de C. Tangana para gestionar colaboraciones con músicos fuera del mundillo pop más comercial, distanciándose de la costumbre de estar asociado con nombres de la escena urbana como se estila, ampliando para bien la paleta estética de la música en la que él es, indiscutiblemente, un hábil transgresor.
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