Como parte de la red Transglobal World Music tengo el privilegio y la alegría de recibir mes tras mes una cantidad desbordante de materiales que me revelan de forma contundente mucho de lo que ocurre musicalmente en el mundo. Claro, su escucha presupone una inversión importante de tiempo, de estar allí descubriendo sonidos nuevos, muchos de los cuales arrancan escalofríos desde sus primeros segundos. Así me sucedió recientemente con Mersi, el álbum más nuevo de Christine Salem. Escuché esa canción alucinante de nombre “Anou”, la primera del álbum, que arranca con su voz a capella para luego dar paso a un poderoso dibujo de guitarra eléctrica que detona el arranque de la percusión, de un ritmo trepidante que reinventa la melodía de esta canción ineludible e inolvidable. De inmediato me sumergí en Internet para saber más de esta nativa de Reunión, que abraza esa música tradicional de nombre maloya. Por maloya se entiende una música prohibida durante años por la iglesia católica, que como el blues fue concebida por los descendientes criollos y los esclavos que cantaban en las plantaciones de la isla.
Entonces, antes que nada, quiero ver a Salem, conocerla en foto. Es una mujer de color —49 años según Wikipedia— con un afro en la cabeza, ojos expresivos y los labios coloreados de lápiz labial azul. Cuelgan de sus orejas dos grandes arracadas. “Geryé”, el segundo track de Mersi, suena mucho más tradicional, tejiendo sonoridades acústicas con violín, bajo y kayanm, el instrumento de percusión que ella domina; invitando a menear las caderas. “Izae”, una más, está marcada por el sonido de la armónica y es también sugerente, cadenciosa y exquisita.
Christine Salem arrancó su carrera como vocalista del grupo Salem Tradition, con el que estuvo trabajando entre 2001 y 2005. No fue sino hasta 2010 que rediseñó su carrera para ir de solista. Mersi es su cuarto álbum a la fecha.
“Je dis no”, otra de las 13 del álbum, combina guitarra eléctrica y violín con letras que ella entona con cierta urgencia, dándole una carga dramática a su voz profunda, que suele cantar en idiomas como creole, swahili, francés e inglés ocasionalmente, como lo hace en “Why War”.
Más reverente a su tradición, Kady Diarra, retoma instrumentos del folclor de su tierra, Burkina Faso, para hacer canción desde una perspectiva renovadora que resulta muy clara en “Ta a wignoun”, la canción que da inicio a Burkina Hakili, el álbum que dio a conocer este mes de abril de 2021, tercero en su discografía. En ella, su voz arranca tras un una línea de guitarra y el golpeteo del balafón. Pero más delante, otra serie de sonidos y voces revisten la canción y le imprimen un ritmo mucho más festivo, distinto al que tiene en sus primeros minutos. Una voz poderosa sin duda, la de Diarra, que no pasa inadvertida y eriza la piel.
“Sou”, la tercera en orden, demuestra la importancia que Diarra suele darla a la percusión; una canción muy movida en la que los tambores juguetean intermitentemente, sumado redobles y breves solos que reencienden su cadencia continua, en la que también participa una guitarra eléctrica evocadora del blues y el rock. Una de esas canciones que corroboran la exótica belleza así como la potencia rítmica que anima muchos estilos de la música africana.
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