El jardín fue solo el principio, Peter y sus adorables amigos vuelven con más aventuras. Bea, Thomas, y los conejos han hecho las paces como una familia, pero a pesar de sus mejores esfuerzos, Peter no parece sacudirse su traviesa reputación. Aventurándose más allá del jardín, Peter se adentra en las calles menos recomendables de la ciudad donde sus trastadas son mejor apreciadas, pero cuando su peluda familia se encuentra en peligro, Peter deberá decidir qué tipo de conejo quiere ser.
Esta secuela las bromas se repiten, así como la ruptura de la cuarta pared completamente esperada. Sin embargo, el director Will Gluck y el coguionista Patrick Burleigh innovan creativamente, utilizando estos elementos como bloques de construcción para el mejoramiento de la cinta. Rose Byrne y Domhnall Gleeson consiguen flexionar más sus músculos cómicos, él con algunas bromas y ella con un diálogo perfectamente definido. Si bien las opciones estéticas son muy parecidas, se descubre un mínimo de profundidad dentro de la comedia y los personajes de la narrativa.
Los cineastas muestran una maduración en lo que respecta a su enfoque narrativo. El viaje en continua evolución de Peter hacia la autoaceptación florece dentro de las inclinaciones sentimentales de la historia. Los animales logran sus propios arcos autónomos, separados pero iguales a las búsquedas de sus cuidadores recién casados para convertirse en empresarios exitosos y padres responsables.
En general, la película logra un mayor equilibrio tonal entre momentos más oscuros y aterradores y momentos más ligeros y adorables. El tema predominante, de ser siempre fiel a uno mismo puede parecer superficialmente leve, pero los realizadores, sin duda, han llegado a niveles más profundos. Los mensajes de este segundo capítulo rinden el debido respeto al legado de la creadora.
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